Crónica de la autora sobre el Lanzamiento de "Capriana: El despertar de la Hija de Azulia"

 

 

"Sin saberlo siquiera, entro en las vidas de los desconocidos, y mientras tienen mi libro en sus manos, mis palabras son la única realidad que existe para ellos" 

(Paul Auster, Leviatán, p. 16)

 

 


El lunes se anunciaba cierta probabilidad de lluvia para el día viernes 29 de junio, pero yo me mantuve optimista. Desde el domingo que muchísimas personas me habían confirmado su asistencia al lanzamiento de "Capriana", mientras que durante la semana no dejaban de escribirme otras tantas -con quienes hace muchísimo tiempo no tenía contacto-, sólo para felicitarme y pedirme más información sobre el libro. 

 Por el miércoles más o menos, Marcelo Novoa, mi Editor, me insistió en motivar a la gente a través de las redes sociales, agorando una vez más una probabilidad cada vez más cierta de lluvia para el viernes. Yo pensé "pero si la gente está motivada", convencida hasta lo más íntimo. 

 El viernes llovía a cántaros a medida que se acercaba el final de la jornada. Fue un día extraño, mi mente estaba ocupada en el trabajo; recuerdo que me había tocado estudiar un tema muy interesante, algo difícil de resolver, un nuevo desafío intelectual. Sin embargo, hoy no puedo recordar qué tema era. Se entremezcla con las sonrisas y los buenos deseos que me dedicaron los compañeros de trabajo, con la incredulidad de aquellos que se enteraron ese mismo día sobre el lanzamiento, y el entusiasmo de los que se sumaban a última hora.

Ese último día de la última semana laboral del mes de junio, le pedí a mi padre, quien había llegado el día anterior desde Coyhaique para el lanzamiento, que fuera a buscar mi auto al trabajo, pues quería asegurarme de llegar a la hora y evitar un taco.

 A eso de las 18.00 horas, el metro estaba atestado y sus puertas abiertas sólo mostraban una muralla humana inquebrantable. Cuando llegó a la estación, me arrojó una hálito de lluvia transpirada que me pegó una bofetada en medio del rostro. Aún así, salté con el hombro por delante pues, como en las batallas, las brechas son siempre posibles. 

 Cada detención fue un suplicio, un apretujamiento humano, estático e inmensamente vivo a la vez, como un ser dormido con muchos ojos que se miran entre sí, incómodos y malhumorados, y el reloj corría.... 

 "Próxima estación, Salvador". Apreté los ojos para no ver las luces vertiginosas que se movían una tras otra por el túnel, más allá de los seres atomizados que me aprisionaban. Segundos, uno, dos, tres, cuatro, cinco, veintitrés, veinticuatro, cuarenta y cinco...

 "Salvador".

 Mi hombro actuó de manera implacable, mientras una serena y educada voz decía "permiso, permiso, gracias, permiso". No me detuve a respirar, subí rápidamente la escalera y salí al exterior como un pez en busca de una libélula. 

 La lluvia repiqueteó sobre mi paraguas mientras observaba los árboles del parque. "Shit, ¿era hacia arriba o hacia abajo?". Miré indecisa en busca de una luz en medio de los árboles, casi me sentía como una Gretel en busca de la casa perdida. No se veía nada, sólo dos ríos de luces automovilísticas que envolvían esa pequeña floresta urbana. Aposté por caminar hacia abajo, internándome en los senderos barrosos del jardín de Balmaceda. 

 Las luces se divisaron tenues a través de los árboles, y caminar hacia ellas fue alejarse del ensordecedor ruido de los automóviles. La lluvia quiso entonces escucharse más fuerte. 

 Y allí vi a la Feña, esperando en la entrada del Café Literario, mirando con una sonrisa la lluvia y la oscuridad. Mientras caminaba hacia ella, recordé aquel día de sol en el patio de la escuela, casi 20 años atrás. Mi curso estaba formado en una fila y yo observaba distraída las pozas de agua que la lluvia nocturna había dejado, cuando de repente, unas botas de goma saltaron de poza en poza, alegres y desinteresadas por la disciplina que se exigía a otros un par de metros más allá. Levanté los ojos asombrada y me encontré con una niña de perfectos risos color cobre, refulgiendo llenos de fuerza bajo el sol austral. 

 No recuerdo cómo me hice amiga de la Feña, pero incluso retomando nuestra amistad muchísimos años después, siendo ya las dos abogadas, fue como si nunca nos hubiésemos dejado de ver. Allí estaba la Feña, había viajado desde Concepción y estaba allí. 

Era la única. Se me hizo un nudo en el estómago. 

 "Entremos, Feña", le dije luego de saludarla y agradecerle la compañía. "Es que parece que no ha llegado nadie más", me dijo. Entré pensando que eso era imposible, pues Marcelo me había asegurado que a la hora que llegara yo, estaría todo dispuesto y, a pesar de la lluvia y el metro, yo había llegado a la hora: 18:45 en punto. Una vez más, mi puntualidad estaba invicta. 

 "Buenas noches, venimos al lanzamiento de un libro", le dije al guardia. Él me miró con una sonrisa extraña y me respondió que no había llegado nadie. Miré a la Feña derrotada. Traté de hablarle a mi amiga sobre algo, para que no sintiera -y yo no sintiera- lo abrumadoramente desoladora que era esa noticia. Yo misma interrumpí mi propia conversación para dirigirme nuevamente al guardia que permanecía de pie, interesado en nuestra nerviosa plática: "Soy la autora del libro", declaré sin más. 

 El guardia mejoró su sonrisa y nos hizo pasar rápidamente al auditorio, y un encargado se aprontó a presentarse. Mi alivio era palpable. "Hay 60 sillas", me explicó el encargado del auditorio, poniéndose a mi disposición para lo que necesitara. Nos quedamos solas con la Feña. 

 Traté de distender el ambiente preguntándole a mi amiga sobre su vida y su viaje a Santiago. Luego de que me compartiera una feliz noticia, no pude parar de pensar que esto no podía estar sucediendo, que no podía ser que fuéramos las únicas en ese caluroso auditorio climatizado. Ni siquiera estaba mi papá ni mi hermano. 

 "Disculpe que las interrumpa", dijo el guardia luego de un rato, "pero afuera hay un montón de gente que quiere entrar y están comenzando a alegar". "Hágalos pasar", me apresuré a decirle, muy conciente que en el exterior llovía. 

 Recuerdo que llegó la Andrea y su marido. Y después comenzaron a llegar algunos amigos del colegio, de la universidad, algunos primos, algunos conocidos y algunos desconocidos. Y las sesenta sillas se fueron llenando, y llegó Marcelo, y llegó Alberto, la Cami y la Tracy, y yo recibía a la gente, y los saludaba como si estuvieran llegando a mi casa, mi celular tenía luces encendidas que desconocía hasta entonces, anécdotas iban y venían, día de caos vial, día de calles inundadas, de metro atestado, unos salían a buscar a los perdidos en el parque del Presidente Balmaceda, en medio de la lluvia y de la oscuridad, en medio del barro, de la gente...

 Durante toda la semana me había cuestionado en qué me había metido... esto de publicar un libro, la historia de Capriana, de abrir su mundo a otras personas, de exponerla, de dejarla vulnerable. Era como una hija a la cual finalmente todos conocerían. Mis dudas terminaron cuando me vi rodeada de tantas personas, cercanas y lejanas, todas interesadas. No puedo hasta el día de hoy olvidar sus rostros mientras me escuchaban hablar sobre un mundo al que me entregué con pasión, un mundo en que mi imaginación flota a sus anchas, tocando y creando, moviendo y deteniendo. 

 Luego de las palabras de Marcelo Novoa, de Alberto Rojas y las mías, no paré de firmar libros. Fue un proceso lento, pues cada persona significaba algo para mí y quería que Capriana significara algo para ellos. Recuerdo vagamente haber probado algo del cóctel, creo que sólo fue un jugo de frambuesa, pero sí recuerdo que estaban todos muy felices y no dejaban de decirme lo mucho que les había gustado el lanzamiento, sin arduas entelequias literarias ni palabras de más ni de menos. Mérito de Marcelo y Alberto, más que el mío. En fin, me hicieron saber que, más que a la presentación de un libro, habían asistido a la presentación de una historia, y de ella querían empaparse a la brevedad. 

 Hubo récord de ventas aquel día. Se agotaron todos los libros que llevó la Editorial, e incluso por momentos cundió la histeria, pues los que fueron por dinero al cajero automático, volvieron ya por los últimos ejemplares. Eso al menos me contaron. 

 Está por cumplirse un mes desde el lanzamiento. Ha sido una satisfacción inmensa durante este período recibir los primeros correos electrónicos y comentarios de personas que ya han leído el libro y que les ha encantado, que los ha llevado a un mundo más allá de lo cotidiano y los ha entretenido y emocionado hasta la última página. Que los lectores se adueñen de los personajes, que los sientan suyos, que los conviertan en sus conocidos, en alguien familiar, que los mencionen, que se refieran a sus particulares historias, es algo invaluable para mí. A veces me averguenzo un poco de mi novel escritura, más aún cuando miro mis trabajos más recientes. Pero jamás he sentido que le he fallado a la historia y la historia está.


 El 29 de junio, cuando mis manos tocaron el primer libro impreso, cuando recorrieron las duras páginas de papel y acariciaron la suavidad de la cubierta, sentí que toda la espera había valido la pena, que todo el camino recorrido había conducido a destino. Desde entonces todos me preguntan qué se siente ser autora publicada. Yo les digo que no ha cambiado nada, para mí no ha cambiado nada en mi cotidianidad, sigo pensando y reflexionando en las mismas cosas, sigo creando e imaginando los siguientes capítulos, sigo juntándome con la misma gente. 


 Pero para Capriana ha cambiado todo. Ahora su historia ya no me pertenece, a pasado a ser de todos, de ustedes, ha quedado indeleble en cada página, sin ninguna barra parpadiante en una pantalla que me permita retroceder, que me permita mirar atrás. 

 Ahora sólo queda adelante, ahora sólo queda avanzar. 

C.S.G.


 "Un libro es un objeto misterioso, dije, y una vez que sale al mundo puede ocurrir cualquier cosa."  

(Paul Auster, Leviatán, p. 16)

 

Lanzamiento de "Capriana: El despertar de la Hija de Azulia"


Con Sara Pino, firmando el primer ejemplar de "Capriana"

 

 



 

3 comentarios:

  1. Cata, de todo lo que has escrito hasta ahora en este blog esto es de lejos lo que más me ha gustado.Realmente me encanto!!

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  2. Acabo de leer tu crónica y, si escribes como aquí, de seguro tienes en mí a otro lector esperando comenzar tu libro. Felicitaciones.

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    1. Muchas gracias Eduardo por el interés y por tus amables palabras.

      Saludos,
      CSG

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